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Cámara Gesell - Guillermo Saccomanno

Durante las vacaciones terminé de leer Cámara Gesell, de Guillermo Saccomanno. Si bien es un policial atrapante, lo que más me llamó la atención no fue el contenido sino la forma. Esta novela, en lugar de ser una sucesión de pocos capítulos largos, se forma con una multiplicidad de textos cortos, uno a continuación del otro, una multitud de voces que van ingresando al texto para formarlo.

Jpeg


22/11/63

Este fin de semana terminé de leer 22/11/63 (en inglés, 11/22/63), una de las últimas novelas de Stephen King y la primera de este autor que leo. Si bien su género es el terror, esta es una ficción sobre el viaje en el tiempo, concretamente sobre la posibilidad de evitar el asesinato de JFK el 22 de noviembre de 1963.

Me gustó mucho la forma en qué la historia está contada y como King aborda el fenómeno del viaje en el tiempo. En esta ficción el viaje se realiza a través de una puerta especial (el agujero del conejo) y siempre te lleva el mismo punto del pasado, por ejemplo a un horario determinado en una mañana del año 58. Si se te ocurre cambiar algo que pasó en el 63, tenés que vivir cinco años en el pasado antes de tener oportunidad de intentarlo.

Las reglas del viaje en el tiempo en este libro permiten que el pasado pueda ser cambiado, pero este no es tan elástico, sino que es más bien rígido. Es decir, el pasado ofrece mucha resistencia. ¿Estas viajando en auto a impedir un asesinato? Lo más probable es que se te pinche una goma.

El efecto mariposa está, por supuesto, presente. Pequeños cambios pueden provocar grandes consecuencias. Grandes cambios... bueno, hay que llegar hasta las últimas páginas del libro para descubrirlo.


Yo, por Leandro Rojas

Como productor de El día que Lio se cansó de hacer goles una de las recompensas que me correspondía era una cuadro de honor con un texto sobre mi, sobre fútbol, escrito por el autor, Leandro Rojas. Ayer lo publicó. Impresionante. Y verídico.

Aguarda hasta el último instante. No evidencia sus movimientos. Su cuerpo finge posturas estáticas, lentas, predecibles. Pero su mente elabora instantáneamente, resuelve en pocos metros, ejecuta ante lo imprevisto. Mueve como un gran ajedrecista: produce por un lado y resuelve por el otro. Está ahí, apoyado en el palo derecho, a punto de entrar en acción.

Los diálogos con el arquero y el otro stopper de turno son jugosísimos. Se conversa de música, libros, Internet y algún chisme sobre noviazgos de pueblo. La jugada se vuelca a la derecha y el delantero se interna en el área grande. Él permanece atónito. No se apresura a cortar la charla. Elige bien sus palabras, cierra correctamente las oraciones o remata adecuadamente algún chiste de esos que gusta contar.

Sus compañeros se acordarán de él. Se lamentarán de su pasividad, de la quietud y ligereza con la que obra. Le exigirán a gritos que se apreste, despierte de esa larga siesta y salga al cruce solucionando la embestida rival. Pero él se tomará un segundo más, elegirá bien sus cortos, pero certeros movimientos. Dejará que corra el tiempo exacto, que los espacios y los caminos conduzcan a un mismo sitio, y cuando todo indique que será gol, Juanjo expondrá su cuerpo y evitará la caída del portero.

A las horas de gimnasia del secundario y tus milagrosos cruces defensivos.


Tesis sobre un homicidio

Este fin de semana leí la novela Tesis sobre un homicidio, de Diego Paszkowski. Durante la semana se estrenó la película homónima y me dio ganas de leerla ya que alguna vez la había oído mencionar (premio de novela del diario La Nación en 1998).

Está contada de forma muy ágil que me gustó. Dieciséis capítulos a lo largo de las ocho clases de un Seminario de Especialización en Derecho Penal dictado en la UBA que uno a uno se intercalan de dos tipos. Unos contados desde la perspectiva de uno de los estudiantes, Paul, francés, perturbado. Los otros contados desde la óptica del docente y prestigioso criminalista Roberto F. Bermúdez.

Por lo que vi en la cola de la película, esta y el libro tienen bastantes diferencias. Espero poder verla pronto.


Saer en bits

Unas semanas atrás, cuando concluí mi maestría, mis familiares me regalaron un lector de libros digitales. En particular un Papyre 613. Nunca había tenido uno, pero el último mes había estando hinchando con comprarme un Kindle usado. También aconteció que por esos días quería comprar el libro Cicatrices de Juan José Saer. Me daba vergüenza no haber leído al máximo escritor de mi provincia y que además es tocayo mío. Recordaba haber escuchado a Beatriz Sarlo decir que ese era un buen libro para introducirse en la obra de este autor.

Para los días de la defensa oral de mi tesis ya había desistido del Kindle y el precio de la única edición que se conseguía de Cicatrices me había a otras lecturas. Resumiendo una historia larga, me recibí, recibí el regalo, y cuando lo encendí encontré una versión electrónica de libro en cuestión.

La experiencia de leer en un lector del libros digitales me gustó mucho. No pesa nada, recuerda en qué página dejaste el archivo, podés tener muchísimos libros en uno y no te cansa la vista como la pantalla de una computadora, celular u otro.

La novela en cuestión son cuatro capítulos largos, cuatro historias que se tocan en un punto. Me gustó, aunque algunas partes me parecieron un poco densas. La explicación la encontré en un mail de una amiga:

En cuanto a Saer, leí algunos libros de él. Los que recuerdo son estos: "El entenado", "Las nubes" (o algo similar...), "Nadie nunca nada", "Glosa" y "El limonero real". Seguramente, algún otro, pero ya mi mente ha borrado los nombres. Si bien "Glosa" no me ha convencido, el estilo que este autor ha creado es realmente sorprendente y muchas de sus obras tienen un ritmo que se puede considerar "musical". De hecho, ha escrito sobre esto también. No sé si notaste la longitud de sus oraciones y que cada una de ellas se corta en partes poco habituales; otros aspectos a consierar son las imágenes (auditivas, visuales, gustativas); el manejo del color es muy importante y está muy relacionado a lo que Onetti (otro grande que te invito a conocer, aunque no es argenino sino uruguayo) ha creado. El libro de Saer que con más "cariño" recuerdo es el último que te mencioné, "El limonero real". Allí Saer cuenta la misma historia nueve veces pero de un modo distinto. La propia estructura del relato es digna de análisis, al igual que ciertas frases que se repiten como un estribillo (¿te das cuenta...? Otra vez la música...) En fin... Mi opinión de Saer, creo, te queda clara. Es un gran autor que muy pocos conocen. Probablemente porque vivió sus últimos años en París, donde murió hace poco, bueno... hace unos siete años, en 2005.

Mi idea es seguir leyendo a este autor, ¿alguien me recomienda algún título?


Siete & el Tigre Harapiento

Ayer en un viaje de casi siete horas terminé de leer Siete & el Tigre Harapiento, la primer novela de Leo Oyola. Un policial en tiempos de compadritos y cuchilleros. Me gustó mucho y por eso la recomiendo.

El personaje principal, al igual que yo, es un cuantioso tomador de Ananá Fizz.


De acá a la China y la autoproducción de libritos

De la última FLIA, en Santa Fe, me traje un librito llamado De acá a la China, de Ale Raymond. Lo dejé en el auto y cuando tenía que esperar, aprovechaba para leerlo. Me gustó mucho el cuento De este lado del mundo.

Pero más allá del contenido, lo que me llamó la atención fue la edición. La tapa está hecha con tapa de revista o similar, donde predomina el amarillo y donde el texto habla casualmente (o no) de la ruta del té y (tal vez) de China.

En su interior se lee

Este cuadernillo está compaginado a mano (por si no se nota). Ojalá les guste.

Estoy en campaña de armar un librito con este estilo pero automatizando lo más que pueda. Voy a hacer la edición con Latex (usando una plantilla más o menos linda tengo un diseño aceptable con cero esfuerzo, chau Indising). Voy a usar unos scripts en Python para realizar el compaginado (el librito va a ser A6 pero voy a imprimir en A4 para ahorrar papel, en cada hoja imprimiré 8 páginas). Las tapas van a ser de revista reciclada o similar.

Pronto en este blog los detalles exactas de mi autoproducción y las instrucciones para replicarlo.


La venganza de Geller

Una de las coas que me traje de la Feria del Libro fue una copia de ¡La re venganza!, una novelita de Gonzala Geller, editada por su microeditorial La Gota.

Si bien está pensada para adolescentes, cualquiera puede leerla y disfrutarla. Son unas 50 páginas divididas en 31 capítulos en las que el héroe, un joven al que sus compañeros han asesinado, vuelve de la tumba para vengarse. En su búsqueda hay aliados y enemigos, pintorescos personajes y buenas cuotas de humor. El desenlace me pareció genial.


Matar a Borges

Unas semanas atrás, paseando por Rosario, vi la tapa de un libro en la góndola de una librería. La fuerza de la imagen me cautivó. Debía leer esa novela.

De regreso en Santa Fe, le encargué una copia a mi dealer de literatura preferido, Alejandro, del Arca del Sur. En pocos días el libro estuvo en mis manos. Esta mañana, luego de desayunar, terminé de leerla.

Me sorprendió que al buscar la novela en Internet prácticamente todos los resultados sean de librerías que venían el libro o de blogs/páginas de literatura cuya reseña se limita a transcribir la contratapa. Como una forma de combatir mi decepción, escribo a continuación, en acotados párrafos, algo de lo que me hubiese gustado encontrar antes de embarcarme en la lectura. Por supuesto, sin revelar detalles de la trama.

Matar a Borges es una novela policial en la cual Carlos Argentino Daneri,  personaje de El Aleph, emprende la misión de matar a Jorge Luis Borges. Tiene buen ritmo (capítulos cortos, muy llevaderos) y no se pone pesada nunca.

En el desarrollo aparecen otras personajes reales como personajes: la madre de Borges, "Adolfito" Bioy Casares, las hermanas Ocampo, Ulrike Von Kuhlmann, Estela Canto y hasta Ernesto Sábato, entre otros.

(Acá iba a poner algunas críticas al texto, haciéndome el erudito, pero vivimos en tiempos maravillosos en los que terminás de leer una novela, buscás al autor en Internet y te podés pasar una hora chateando con él, así que no hace falta.)

Para finalizar, algunos cuentos de Borges que vale la pena leer (o releer) antes de comenzar con la novela.

    <li><a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/aleph.htm" target="_blank">El Aleph (imprescindible)</a></li>
    
    <li><a href="https://viejoblog.juanjoconti.com.ar/2012/09/15/historia-del-guerrero-y-la-cautiva/" target="_blank">Historia del guerrero y la cautiva</a></li>
    
    <li><a href="http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/sur.htm" target="_blank">El Sur</a></li>
    
    <li><a href="http://www.bartleby.com.ar/wp-content/uploads/La-muerte-y-la-brujula.pdf" target="_blank">La muerte y la brújula</a></li>
    


    Historia del guerrero y la cautiva

    Transcribo este cuento de Jorge Luis Borges por que quise linkearlo y no lo encontré en Internet.

    Historia del guerrero y de la cautiva

    En la página 278 del libro La poesia (Bari, 1942), Croce, abreviando un texto latino del historiador Pablo el Diácono, narra la suerte y cita el epitafio de Droctulft; éstos me conmovieron singularmente, luego entendí por qué. Fue Droctulft un guerrero lombardo que en el asedio de Ravena abandonó a los suyos y murió defendiendo la ciudad que antes había atacado. Los raveneses le dieron sepultura en un templo y compusieron un epitafio en el que manifestaron su gratitud ("contempsit caros, dum nos amat ille, parentes") y el peculiar contraste que se advertía entre la figura atroz de aquel bárbaro y su simplicidad y bondad:

    Terribilis visu facies mente benignus, Longaque robusto pectores barba fuit! (1).

    Tal es la historia del destino de Droctulft, bárbaro que murió defendiendo a Roma, o tal

    es el fragmento de su historia que pudo rescatar Pablo el Diácono. Ni siquiera sé en qué

    tiempo ocurrió: si al promediar el siglo VI, cuando los longobardos desolaron las

    llanuras de Italia; si en el VIII, antes de la rendición de Ravena. Imaginemos (éste no es

    un trabajo histórico) lo primero.

    Imaginemos, sub specie aeternitatis, a Droctulft, no al individuo Droctulft, que sin duda

    fue único e insondable (todos los individuos lo son), sino al tipo genérico que de él y de

    otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria. A

    través de una oscura geografía de selvas y de ciénagas, las guerras lo trajeron a Italia,

    desde las márgenes del Danubio y del Elba, y tal vez no sabía que iba al Sur y tal vez no

    sabía que guerreaba contra el nombre romano. Quizá profesaba el arrianismo, que

    mantiene que la gloria del Hijo es reflejo de la gloria del Padre, pero más congruente es

    imaginarlo devoto de la Tierra, de Hertha, cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en

    un carro tirado por vacas, o de los dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes

    figuras de madera, envueltas en ropa tejida y recargadas de monedas y ajorcas. Venía de

    las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a

    su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que

    no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol.

    Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de

    estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de

    espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella;

    lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero

    en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco,

    con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y

    lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no

    empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y

    que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y

    pelea por Ravena. Muere, y en la sepultura graban palabras que él no hubiera entendido:

    Contempsit caros, dum nos amat ille, parentes, Hanc patriam reputans esse, Ravenna, suam.

    No fue un traidor (los traidores no suelen inspirar epitafios piadosos); fue un iluminado,

    un converso. Al cabo de unas cuantas generaciones los longobardos que culparon al

    tránsfuga procedieron como él; se hicieron italianos, lombardos y acaso alguno de su

    sangre —Aldíger— pudo engendrar a quienes engendraron al Alighieri... Muchas

    conjeturas cabe aplicar al acto de Droctulft; la mía es la más económica; si no es

    verdadera como hecho, lo será como símbolo.

    Cuando leí en el libro de Croce la historia del guerrero, ésta me conmovió de manera

    insólita y tuve la impresión de recuperar, bajo forma diversa, algo que había sido mío.

    Fugazmente pensé en los jinetes mogoles que querían hacer de la China un infinito

    campo de pastoreo y luego envejecieron en las ciudades que habían anhelado destruir;

    no era ésa la memoria que yo buscaba. La encontré al fin; era un relato que le oí alguna

    vez a mi abuela inglesa, que ha muerto.

    En 1872 mi abuelo Borges era jefe de las fronteras Norte y Oeste de Buenos Aires y Sur

    de Santa Fe. La comandancia estaba en Junín; más allá, a cuatro o cinco leguas uno de

    otro, la cadena de los fortines; más allá, lo que se denominaba entonces la Pampa y

    también Tierra Adentro. Alguna vez, entre maravillada y burlona, mi abuela comentó su

    destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo; le dijeron que no era la única y le

    señalaron, meses después, una muchacha india que atravesaba lentamente la plaza.

    Vestía dos mantas coloradas e iba descalza; sus crenchas eran rubias. Un soldado le dijo

    que otra inglesa quería hablar con ella. La mujer asintió; entró en la comandancia sin

    temor, pero no sin recelo. En la cobriza cara, pintarrajeada de colores feroces, los ojos

    eran de ese azul desganado que los ingleses llaman gris. El cuerpo era ligero, como de

    cierva; las manos, fuertes y huesudas. Venía del desierto, de Tierra Adentro, y todo

    parecía quedarle chico: las puertas, las paredes, los muebles.

    Quizá las dos mujeres por un instante se sintieron hermanas, estaban lejos de su isla

    querida y en un increíble país. Mi abuela enunció alguna pregunta; la otra le respondió

    con dificultad, buscando las palabras y repitiéndolas, como asombrada de un antiguo

    sabor. Haría quince años que no hablaba el idioma natal y no le era fácil recuperarlo.

    Dijo que era de Yorkshire, que sus padres emigraron a Buenos Aires, que los había

    perdido en un malón, que la habían llevado los indios y que ahora era mujer de un

    capitanejo, a quien ya había dado dos hijos y que era muy valiente. Eso lo fue diciendo

    en un inglés rústico, entreverado de araucano o de pampa, y detrás del relato se

    vislumbraba una vida feral: los toldos de cuero de caballo, las hogueras de estiércol, los

    festines de carne chamuscada o de vísceras crudas, las sigilosas marchas al alba; el

    asalto de los corrales, el alarido y el saqueo, la guerra, el caudaloso arreo de las

    haciendas por jinetes desnudos, la poligamia, la hediondez y la magia. A esa barbarie se

    había rebajado una inglesa. Movida por la lástima y el escándalo, mi abuela la exhortó a

    no volver. Juró ampararla, juró rescatar a sus hijos. La otra le contestó que era feliz y

    volvió, esa noche, al desierto. Francisco Borges moriría poco después en la revolución

    del 74; quizá mi abuela, entonces, pudo percibir en la otra mujer, también arrebatada y

    transformada por este continente implacable, un espejo monstruoso de su destino...

    Todos los años, la india rubia solía llegar a las pulperías de Junín, o del Fuerte Lavalle,

    en procura de baratijas y "vicios"; no apareció, desde la conversación con mi abuela. Sin

    embargo, se vieron otra vez. Mi abuela había salido a cazar; en un rancho, cerca de los

    bañados, un hombre degollaba una oveja. Como en un sueño, pasó la india a caballo. Se

    tiró al suelo y bebió la sangre caliente. No sé si lo hizo porque ya no podía obrar de otro

    modo, o como un desafío y un signo.

    Mil trescientos años y el mar median entre el destino de la cautiva y el destino de

    Droctulft. Los dos, ahora, son igualmente irrecuperables. La figura del bárbaro que

    abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el desierto,

    pueden parecer antagónicos. Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un

    ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido

    justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el

    reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.

    A Ulrike von Kühlmann

    (1) También Gibbon (Decline and Fall, XLV) transcribe estos versos.