El primer romántico (un cuento por el día de la mujer)

Este post fue migrado de un blog hecho con Wordpress. Si se ve mal, dejame un comentario y lo arreglo.

En una aldea al lado de un río, hace cientos de miles de años, vivía

Urgh. Le habían puesto ese nombre porque ese había sido el ruido que hizo

su madre cuando Urgh salió de entre sus piernas. El idioma era sencillo

por esos días. Por ejemplo, «dolor» se decía «arrgh» porque ese era

el quejido que alguien había hecho cuando se le cayó una piedra en el pie.

Así como el idioma era sencillo, las relaciones entre humanos también

lo eran. De chico Urgh había visto cómo trataba su papá a su mamá y

en la adolescencia intentó hacer lo mismo. A pesar del hecho de que sus

compañeros lo practicaban regularmente y comentaban las satisfacciones

obtenidas, a Urgh le hacía un poco de ruido eso de elegir una hembra del

montón, pegarle un garrotazo en la cabeza, arrastrarla de los pelos hasta

el interior de su cueva y en la oscuridad poseerla.

Lo había intentado un par de veces, pero el resultado nunca había sido

como lo esperaba. Una vez golpeó muy despacio y la hembra se despertó

mientras era arrastrada, lo mordió y huyó corriendo. Otra vez golpeó muy

duro y la hembra no se despertó más. Tenía que haber una técnica mejor.

Urgh estaba cavilando estas ideas, sentado, con un pie en el río, cuando

Eigh se le acercó y empezó a beber agua. La miró un buen rato hasta que

se animó a hacer la pregunta que tenía en su cabeza desde hacía tiempo.

---Eigh, ¿a ustedes les gusta que les peguemos en la cabeza?

Eigh lo miró atónita, como si hubiese dicho una blasfemia, pero luego se

inclinó para un costado, como si estuviera pensando y le contestó.

---No, la verdad que no. Por lo menos a mí no. Creo que a mi mamá y a mis

hermanas tampoco.

---¿Y qué te gusta, Eigh?

---No se... las flores. Las de color lila.

Urgh se fue corriendo y en menos de un minuto regresó con un racimo de

flores lilas mezcladas con un poco de pasto y tierra que había arrancado. Le

extendió el brazo a Eigh y se las dio.

---Tomá, para vos.

Eigh desconfió un poco, pero luego las tomó. Se las acercó a la nariz

y las olfateó. Se sonrió y un color rojo le brotó de las pálidas

mejillas. Miró a Urgh y volvió a sonreír. En ese momento Eigh sintió

un incontenible deseo de saltar encima de Urgh. Pero no lo hizo.

---Bastante bien ---le contestó---. Los hombres tienen que ser así, dulces.

---¿Dulces?, ¿como las naranjas? ----preguntó Urgh y se chupó el antebrazo

para investigar a qué sabía.

---No, no dulces así. Suaves.

---¿Como los conejos?

---¡No, Urgh! Suaves, así ---Y acarició la mejilla peluda de su compañero

con el dorso de su mano.

Urgh se puso muy nervioso e instintivamente tanteó el suelo en busca de

su garrote.

Eigh se dio cuenta de estos movimientos e instintivamente le tomó la

mano y se la apoyó en su pecho. Los dos cavernícolas se miraron y se

sonrieron. Luego se fundieron y fue la primera vez que Urgh poseyó a una

hembra. Eigh por su parte, había disfrutado de esa miel de la que solo había

probado unas gotas cuando se despertaba de los garrotazos. Esa noche se fueron

a vivir a la misma cueva. Urgh se había convertido en el primer romántico.

Al otro día, Urgh, fascinado con su descubrimiento, no veía la hora

de seguir experimentando. Inventó nuevos regalos y conquistó a muchas

jovencitas del valle. Collares de diente de sable, bocadillos de mamut

y perfumes de distintas flores que no servían para comer. Su índice de

conquistas era tan superior al de sus amigos garroteros que pronto todos

empezaron a pedirle consejos. Ese día incluso se fueron a una aldea vecina

a probar sus técnicas. Urgh pasó de ser el primer romántico a ser el

primer casanova.

Volvió a su cueva muy entrada la noche, cansado y extasiado. Eigh lo

esperaba en la puerta con el garrote que él había dejado.

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