El Abandonador de Libros
Este post fue migrado de un blog hecho con Wordpress. Si se ve mal, dejame un comentario y lo arreglo.
Hace más de 5 meses un amigo me prestó un libro de Isaac Asimov, El Fin de la Eternidad. Vaya uno a saber porqué pero el libro encontró como acogedor lugar de depósito un rincón en mi mesita de luz. Los meses pasaron en el calendario y otros libros ocuparon mis manos en los minutos antes de irme a dormir.
En los meses siguientes me embarqué en leer una saga de siete libros de los cuales ya leí dos y el último aún no fue publicado. Hace unos días, cuando terminé de leer el segundo, faltando unos una semana para que reciba el tercero y sin nada que leer, encontré en el mismo rincón de la mesita de luz, rodeado de un halo de pelusa (del mismo tipo que se encuentra bajo la cama) al mismísimo libro.
El ocasional señalador, una de esas tarjetitas que te venden en el cole y que te hacen quedar bien con tu novia, marcaba dónde me había quedado. La historia era atractiva, mucho más de lo que yo recordaba.
El Fin de la Eternidad
Algunos siglos más adelante que el nuestro un científico descubre los Campos Temporales que más adelante permitieron a las personas viajar en el tiempo. Existe una sociedad para-temporal llamada La Eternidad, donde trabajan Los Eternos, personas retiradas de su realidad a los 15 años para estudiar ingeniería del tiempo, matemáticas temporales, y otras cosas. Si bien los temporales (los humanos que no son eternos) creen que ellos sólo se encargan del comercio inter-siglo, en realidad tienen otro fin: mejorar la existencia en todos los siglos, en todas las realidades.
Para, por ejemplo, evitar una guerra en el siglo 234 ellos atascan un acelerador en el siglo 233. Están los observadores, que son los encargados de registrar lo que pasa en todas las realidades, los analistas, los programadores, los ejecutores, que son los que llevan a cabo los CMN (Cambios Mínimos Necesarios), cómo atascar el acelerador, y la historia sigue.
Si te atrajo la historia, no te preocupes: si fuese una película, lo que conté hasta ahora sería lo que estaría en la parte de atrás de la cajita :)
No es la primera vez que esto me pasa, me refiero al hecho de abandonar un libro y reencontrarme con él mucho tiempo después, casi habiéndolo olvidado y volviéndome a enamorar de él. También me pasó algo así en las vacaciones de invierno, y en esa ocasión escribí una cortita reflexión-novelada al respecto. La llamé El placer de leer.
El placer de leer
Hace un par de días, casi sin opción, en mis pseudo-vacaciones de invierno redescubrí a medio leer un libro que me prestaron hace 4 meses (o a lo mejor un poco menos). El lujoso señalador estaba a menos de 1/3 del principio, un pedazo de papel blanco y cuadrado: de esos que uno manotea en la penumbra de la noche, a tientas, con sueño y contento ya que al haber alcanzado el final del capítulo puede irse a dormir con la conciencia tranquila y la satisfacción del deber cumplido.
El título del libro en cuestión no importa mucho y aunque recordaba que la historia parecía prometedora había estado estancado en mi mesita de luz junto a por lo menos 2 libros más en la misma condición hasta que un día de julio en el apuro por dejar el departamento y la ciudad, los cacé de un manotazo, cual acto reflejo vacacionístico, y los metí en mi mochila junto con la lapicera y el cuaderno que estoy usando ahora. Todos juntos: los libros, la lapicera, el cuaderno y yo partimos hacia Carlos Pellegrini, mi pueblo natal.
En la primer noche en la casa del campo, después de un día largo: la llegada al campo y no tener la llave, de descargar nuestros bolsos, nuestra ropa, nuestras frasadas, de improvisar una cena, me acosté en mi cama designada, en mi pieza designada y busqué el libro en la mochila intentando una reconciliación.
Me sumergí en sus páginas y una por una las fui pasando, la historia se me hacía familiar, me cautivaba, y yo me dejaba cautivar, España, la post-guerra, Sempere, Penélope, Bea, Aguilar, Tomás, Daniel, su Padre, Fumero, los personajes danzaban ante mis ojos cual ritual de antaño y el relato avanzaba y avanzaba por las calles de Barcelona, yendo al pasado y volviendo, tomando el metro y caminando, pasando el día leyendo o trabajando en a librería, la Bernarda, Nuria, el Padre Fernando y la Jacinta internada en el Santa Lucía, todos los personajes y lugares entraban y salían, llegaban y se iban, se pintaban y se borraban como un rayo de luz.
¿Habré tenido suerte con este libro o cualquiera hubiese sido el que reinaugurara mi imaginación luego de meses de paro me habría traído la misma entusiasta satisfacción? El placer de leer era algo que no recordaba bien pero si dudas sentí esa noche. Ojalá que los libros puedan seguirse prestando entre amigos.
Saludo final
Si bien en algunos momentos me transformo en El Abandonador de Libros, cuánto más bueno es transformarse en El Encontrador de Libros. ¿Qué me dicen Uds? ¿Tiene libros abandonados? ¿Qué esperan para volver a darles una oportunidad?
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