Juramento y Cabildo es una intersección famosa en la Ciudad de Buenos Aires. Coincide con la estación Juramento de la línea D y una de las 4 esquinas se conoce como la esquina del encuentro, por que siempre hay gente ahí esperándose. Así me lo comentó Luciano, cuando quedamos en que me buscaría por allí.
Uno de los días, mientras esperaba, me mentí en una librería a hojear volúmenes. Encontré uno interesante llamado El libro de los libros, que tenía cuentos en donde los protagonistas eran libros y las ilustraciones eran cuadros con libros como objeto principal. Intenté elegir uno al asar pero la fuerza de uno de los autores me impidió seguir deslizando el dedo por el índice. El cuento era El libro de arena y el autor Borges.
Lo que sigue puede ser considerado como spoiler del cuento, así que si no lo leíste anda, leelo y volvé. No es largo. Te espero.
No he leído mucho a Borges, por lo que voy a comentar no está relacionado con lo que podría aportar un estudioso de la materia, su obsesión con el infinito y todo lo demás. Lo que quiero comentar tiene lugar varios años después de la muerte de Borges, cuando el español Carlos Ruiz Zafón escribe su novela más famosa, La sobra del viento.
En El libro de Arena, un viejo Borges se vuelve loco al poseer de manos de un vendedor de biblias un libro infinito, infinito como la arena. Sin principio y sin bien. Es atrapado de tal forma que se pasa los días revisándolo, anotando los números de las páginas e incluso cuando está durmiendo, sueña con él. En una última jugada, antes de ser atrapado completamente lo lleva a perder, como quien pierde a un perro, en un lugar donde nadie lo pueda encontrar:
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
En La sombra del viento aparece un lugar ficticio en Barcelona llamado El cementerio de los libros olvidados.
Este lugar es un misterio, Daniel, es un santuario. Cada libro, cada uno que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a nosotros, Daniel.